Con el improvisar de lo sincero, enervando con salero un estropajo bien mojado, bien mojado y bien enjabonado, frota que te frota, con el ardil del buen Quijote, rascando comisuras, carboncillos y diabluras, nombres inconfesos y pátinas de angustias que cubrían lo más bello.
Poco a poco, frota a frota, afloraban las zozobras de un olvido con olor a óleo y a carmín. Una dermis ruborizada que le erizaba hasta los suspiros de la nuca, con un aliento satinado que emanaba anís de ajenjo y pasión.
Desnuda y aseada, sólo con lo puesto, con el velo del olvido aún prendido, sonreía sincerada, la más bella, la esperada.
Poco a poco, frota a frota, afloraban las zozobras de un olvido con olor a óleo y a carmín. Una dermis ruborizada que le erizaba hasta los suspiros de la nuca, con un aliento satinado que emanaba anís de ajenjo y pasión.
Desnuda y aseada, sólo con lo puesto, con el velo del olvido aún prendido, sonreía sincerada, la más bella, la esperada.
Gonzalo (a pecho henchido): "Es preciosa"
Carboncillos de solapas y cábalas ajadas, perfiles de angustias y risas encofradas, conformadas y bien cicatrizadas, pero todas ellas bien borradas, sin el nombre del supuesto que, no volvería a ver la luz, más que con un haz de espectroscopia de masas.
Carboncillos de solapas y cábalas ajadas, perfiles de angustias y risas encofradas, conformadas y bien cicatrizadas, pero todas ellas bien borradas, sin el nombre del supuesto que, no volvería a ver la luz, más que con un haz de espectroscopia de masas.
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