Hay tiempos, en los que uno no piensa en hacerse fotos con los amigos, acaparando ese cruce de miradas que se brinda con lo puesto.
Hay tiempos, en los que uno se arrepiente de no haberse hecho alguna foto con los amigos, porque algunos amigos se marchan para siempre.
Agustín, fue uno de esos amigos sin foto, con los que disfrutar del arte y de su supervivencia, zurcía los rotos hasta los descosidos, hasta los descosidos del tiempo y de su pedantería.
Por aquel entonces, Agustín, un hombre grande de puesto afable y esculpir travieso, de eje encorvado y patillas sesenteras, de pelo blanco y cejas pobladas hasta las orejas, enmarcadas por su curtida mirada desde los precipicios del frente, con la candidez de sus fundidos de bronce, moldeados de barro y dibujos de trinchera.
Por aquel entonces, Agustín, un hombre grande de puesto afable y esculpir travieso, de eje encorvado y patillas sesenteras, de pelo blanco y cejas pobladas hasta las orejas, enmarcadas por su curtida mirada desde los precipicios del frente, con la candidez de sus fundidos de bronce, moldeados de barro y dibujos de trinchera.
Agustín compartió las comparsas del indómito artista, sin la carencia musitada del marchante de caza, del tener que alimentar su ego, con la egolatría de la superchería y de su condenada monetización.
Un día, un periodista le preguntó su opinión sobre la obra de Joan Miró, del artista consagrado, del admirado, el que vendió sus cuadros desde unos céntimos a unas decenas de pesetas, hasta la llegada de la gran subasta, la subasta de su consagración, "La Masía". Una obra tan grande, como lo fueron los pudientes secuestros que pujaron por la caricia de sus trazos.
Periodista: ¿Qué opina de Joan Miró?
Agustín: que ese gran hombre, enseñó a pintar hasta a los niños
Siempre se extraña, su palabra apacible, su sonrisa calada, entre aquella nariz ancha, acomodada entre grandes lentes de aumento, gafa-pastas de porte noble y un romántico sigilo de artista.
Agustín: ... es curioso que, en las iglesias no se bendicen las imágenes de terracota, cual material noble y hálito divino moldeado de hombre. Se prefieren los portes del innoble molde de yeso, y de todo eso que se pueda reconstruir. Suena raro ¿no?
Un día, un periodista le preguntó su opinión sobre la obra de Joan Miró, del artista consagrado, del admirado, el que vendió sus cuadros desde unos céntimos a unas decenas de pesetas, hasta la llegada de la gran subasta, la subasta de su consagración, "La Masía". Una obra tan grande, como lo fueron los pudientes secuestros que pujaron por la caricia de sus trazos.
Periodista: ¿Qué opina de Joan Miró?
Agustín: que ese gran hombre, enseñó a pintar hasta a los niños
Siempre se extraña, su palabra apacible, su sonrisa calada, entre aquella nariz ancha, acomodada entre grandes lentes de aumento, gafa-pastas de porte noble y un romántico sigilo de artista.
Agustín: ... es curioso que, en las iglesias no se bendicen las imágenes de terracota, cual material noble y hálito divino moldeado de hombre. Se prefieren los portes del innoble molde de yeso, y de todo eso que se pueda reconstruir. Suena raro ¿no?
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